Cuando un amigo nos deja, una parte de nosotros se va con él.
El 15 de éste cálido agosto de 2012, nos dejó una gran persona, entrañable, cariñosa, amigo de sus amigos, e incluso tolerante con los que no lo eran.
Digo nos dejó, porque así ha sido, nos ha dejado un vacío difícil de rellenar, unas conversaciones inteligentes, una cultura general abrumadora, y por encima de todo, un amor enorme, inconmensurable, incluso exagerado a veces, por “su pueblo”, Pozo Estrecho. No había capitulo de su historia que no supiera, familia que no conociera, lugar que no localizara en su querido pueblo.
Aunque le conocí hace un par de lustros, enseguida me llamo la atención su memoria prodigiosa, su capacidad para recitar poesías en panocho, e igualmente para nombrar con su nombre científico cualquier tipo de planta existente.
Tuve el honor de que diera clases de Historia a mis dos hijos, y ellos me contaban asombrosas anécdotas que ocurrían en el aula. Aprendizaje del bueno, a la vieja usanza, tan contrario a la degradación en la educación que por desgracia padecemos.
Se fue en paz, discretamente, sin molestar a nadie, su cuerpo noqueado por la terrible enfermedad tan común en nuestros días, pero su mente despierta y brillante hasta el ultimo momento, sus ojos brillando de alegría cuando le visitaban sus amigos, no queriendo transmitir a sus seres queridos su probable sufrimiento ante el cercano final.
En fin, una persona honesta hasta el último día, a la que echaremos todos de menos, aunque seguirá existiendo en nuestro recuerdo.
Saludos, Don Pedro.
Esta entrada ha sido escrita por Alfonso Díaz.
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