Tuesday, July 31, 2012

"El mundo de fuera" de Lola Gutiérrez

Lola Gutiérrez,
la autora de
hace ya unos meses que venimos publicando sus minirelatos, para que nuestras socias y todas aquellas personas que entren en este blog, puedan disfrutar de su lectura.

   Una de las metas de este blog, es la de poder aportar el máximo de material para que dispongáis de lectura en vuestro hogares y de esa forma disfrutar de los muchos minirelatos que personas como,
Mª Carmen Meroño, Maruchi, Natividad García, Luis Nodoy (Jose Luis) o Mª Carmen Ballester 
escriben en sus casas o en Talleres Literarios, y es una pena que se queden escritos y no poder disfrutar de ellos.

No hace falta que hayan participado en Concursos o Certámenes Literarios para que sean relatos emocionantes, llenos de sensibilidad e imaginación. y nos aporten unos momentos de felicidad y de viajar en el tiempo hacia lugares que nunca veríamos.

Esperamos que, como las personas que anteriormente se han citado, algunas más se acerquen a la Asociación y nos hagan entrega de sus escritos, y de esta forma poder publicarlos con el cariño y respeto que lo hacemos siempre.

Pero en esta ocasión la persona que nos va a dejar su minirelato es
Lola Gutiérrez
mujer que tuvo la firme decisión de publicar lo que ella cree debe de compartir con todos, y que aunque siga  escribiendo sus futuras publicaciones literarias, guarda un ratito para escribirnos alguna de las historias que tan buenos ratos nos hacen pasar.

Hoy ...

El mundo de fuera

    No entendía lo que querían de él, pero en realidad no sentía ninguna preocupación. El temor vino después.
    El padre José María estaba en España, a salvo, la propiedad de mis padres en Torre Pacheco era buen sitio para esconderle. Si la policía acudió a mi casa fue simplemente porque algún vecino los alertó, la casa llevaba vacía más de un año, descubrir luz en su interior solo los puso sobre aviso. Una vez me identifiqué frente a la benemérita se marcharon por donde habían venido, con sigilo bajé hasta el sótano. Al cura lo acusaban de pederastia, de infanticidio, de cooperar y financiar una banda terrorista que supuestamente se entrenaba en Latinoamérica y yo sabía que todo eso era mentira. Corrí la estantería de madera y accioné el pestillo, la puerta falsa se abrió por completo y el hombre salió, me conmovió su mirada, yo sabía que todo lo que decían de él era mentira.
   El padre José María parecía un hombre cordial, de unos sesenta años, algo rechoncho y sienes plateadas que miraba todo con ojos dilatados, al verse a salvo su sonrisa inundó toda la estancia.
   -Ya se han ido- lo tranquilicé mucho más -padre, será mejor que quememos todos esos documentos que ha traído consigo- la resignación dejó paso a la cobardía y me asestó el miedo.
   -No- me suplicó con angustia -si nos deshacemos de ellos no tendremos pruebas, hay nombres, fechas, esas personas necesitan que la ayudemos. Necesitan justicia entre tanta crueldad.
   Yo asentí con la cabeza llena de vergüenza, el temor puede hacer que cambies de opinión en menos de un segundo, pero seguía teniendo miedo. Sabía demasiado bien el riesgo que conllevaba todo eso, pero igualmente seguí ayudando al cura. Muchos rezos tendríamos que hacer entre los dos. Si esos papeles caían en manos de quien no debía lo pagaríamos caro.
    -¿Cuando vendrá el periodista?- pregunté.
    El padre se alzó ligeramente de hombros.
    -Él me aseguró que estaría en el muelle.
   Yo miré hacia el sobre que contenían las pruebas y suspiré, ningún periodista vendría a buscarlo, tenía esa corazonada. El padre llegó en patera hasta las costas de Cartagena, a pocas millas del muelle saltó con otro chico y nadaron hacia el puerto llevando como única guía las luces procedentes de la ciudad. Qué yo me encontrara por casualidad en el faro de navidad y en mitad de la noche fue todo una coincidencia. Que creyera su historia una locura, aún no sabía por qué pero creía firmemente en él, creí en las palabras del cura a pies juntillas. El chico que lo acompañaba tenía ganas de irse, saqué de mi maletero una camiseta y se la di. Me asombró que se la pusiera sobre la mojada. Por última vez nos miró a los dos alzó la mano y se perdió bajo la sombra de las farolas rotas. A solas, escuché con atención la trágica vida de las personas que trabajaban en esa mina de diamantes. Observé con horror aquellas fotos protegidas en plásticos para que el agua no las dañara. Lo peor, descubrir el miedo de esas gentes, la inmensa mayoría niños, algunos no superan los 6 años de edad, eso, o la malnutrición que padecían era descomunal. Vi tantas cosas en aquellos rostros sometidos, tanta crueldad vivida en sus ojos, que después de visionarlos ya no puedo cerrar los mios.

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